Explicación preliminar
sobre estas obras eternas, piadosamente modificadas
El criminal nunca gana, sino que al final la
pringa — Fiodor M. Dostoyevski
El sueño de los diablos
descontentos — Francisco de Quevedo
El marido olvidadizo — Lope de Rueda
El Libro de
Alexandre, patentemente mejorado — Anónimo
Roma, la cochambrosa — Edward Gibbon
¡Te has caído, María
Estuardo! — Friedrich Schiller
Grey a la sombra — E.L. James
Cuento sin final — Wenceslao Fernández Flórez
Claudio muriente — Lucio Anneo Séneca
Un genio olvidadizo — Pedro Muñoz Seca
Los curiosos visitantes — Les Luthiers
La sana y cómoda herejía de los gundulinos —
Marcelino Menéndez Pelayo
Una verdad sospechosísima
— Juan Ruiz de Alarcón
El casto José en la corte de Faraón — Guillermo
Perrín y Miguel de Palacios
La milagrosa leyenda de
la Fuente de la Cella — Anónimo
Verdadera relación de cómo se enteró Colón de lo
de América y de cómo le presentó su proyecto al Rey Católico y de lo que este
le contestó — Eduardo Marquina
La Celestina
para gandules — Fernando de Rojas
El chasco de Hitler — Bertold Brecht
¡Crash! — Eduardo Mendoza
Visita en la casa del castellano — Ramón Gómez de
la Serna
El doctor Zhivago no pasa consulta — Boris
Pasternak